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viernes, 9 de septiembre de 2016

Mis amigos.

Soy hombre de pocos amigos. 

Es un tema que me tomo muy en serio. 


Normalmente mis amigos son complejos, son seres con muchas ideas, ordenadas en capas porosas que se conectan unas con otras, de pensamientos que se agregan y se afectan entre ellos en procesos y reprocesos interminables. 


Mis amigos son personas inacabadas.


No hay nada fijo en sus vidas, sus puntos de apoyo cambian a pesar de permanecer anclados en una identidad basada más en fuerzas que en aspectos concretos. Son fuerzas que se reconfiguran a pesar de ser plenamente reconocibles. 


Son como son: evolucionan en breves lapsos donde se sumergen en grietas oscuras cuando la luz no los alcanza, donde no queda registro sino evidencia, en sus consecuencias, en sus obras, en nosotros.


Mis amigos son excéntricos, sus vidas están fuera de los ejes cotidianos, son los límites mismos.


Mis amigos aman la soledad.


Mis amigos son creativos, son inquietos, caminan en el borde de la curiosidad. Algunos parecen parcos, otros humoristas y otros temerosos. Algunos parecen fracasados y otros sabios. Al escarbar un poco, al intercambiar ideas e incluso palabras con ellos es posible identificar dónde radica la complejidad que exhibe el riesgo fundamental que asumen en sus vidas.


Mis amigos eligen sus batallas porque la guerra que pelean es íntima, la de su propia existencia. Ellos se enfrentan a la nada que colinda con los dominios de las fuerzas que los definen.


Mis amigos son valientes, sus motivaciones están más allá de los otros. Mis amigos son generosos: las consecuencias de sus decisiones y acciones sólo dejan enseñanzas en quienes quieren ver el valor que representan.


Mis amigos no tienen enemigos.


Me siento satisfecho de tenerlos. Son pocos, quisiera tener muchos así, luego pienso que no es necesario, porque cada uno es la totalidad de lo existente.

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