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sábado, 11 de junio de 2016

La descomposición de Chile.

Cristo de la Iglesia de la Gratitud Nacional destruido por una turba estudiantil.


Chile se está descomponiendo. Para alguien que vive aquí los cambios se suceden sutilmente. Es que el día a día, el yo y mi gente, atrapan la atención y la energía. Si algo no está en el cono de interés, queda fuera de la reflexión. Desde mi perspectiva, la de un visitante esporádico pero regular, puedo observar desde una altura privilegiada los cambios que configuran la descomposición de Chile.

El primer aspecto, es la mirada vertical de la clase dirigente sobre el ciudadano. Esa mirada genera dos consecuencias: el patronazgo y la subvención. El patronazgo convierte a las personas en peones obedientes y la subvención en personas dependientes.

El segundo tiene que ver con las promesas no cumplidas. Como el cuento de Pedro y el Lobo, lo por-venir no se cumple y la incredulidad se instala.

El tercero tiene relación con las capacidades de las personas para capitalizar las oportunidades generadas en las condiciones articuladas por la clase dirigente. La frustración se convierte en el estado de ánimo dominante.

El cuarto es el exilio de aquellos que no entran en la visión de la clase dirigente:
1.- Los jóvenes que reclaman por una mejor educación.
2.- Los mapuches que extreman sus actos en pos de una conversación ausente.
3.- La ciudadanía en general que ve los acomodos de poder sin poder hacer nada.
4.- La incapacidad del Estado de gestionar el estado de derecho. La disolución de su rol de facilitador y garante del bienestar de la ciudadanía.

La obsesión de pertenecer al grupo de países desarrollados ha chocado de frente contra el muro de la realidad: la corrupción, la inseguridad y la exclusión de la periferia son el resultado de un país manejado sin consenso, con doble rasero y aplicando un discurso euro-centrista, sin ser euro ni menos centrista.

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